No busques la plenitud, ya eres plenitud
Nos pasamos la vida buscando algo que nos haga sentir completas. Creemos que la paz llegará cuando logremos eso—esa relación, ese reconocimiento, ese éxito, esa sanación. Pero, ¿y si te dijera que no hay nada que alcanzar porque ya eres todo lo que buscas? La plenitud no es un premio que se obtiene al final del camino, sino un estado que siempre ha estado dentro de ti, esperando a ser recordado.
Imagina que pasas la vida buscando la llave de un tesoro. Escarbas en relaciones, en logros, en la aprobación ajena. Recorres el mundo, abres mapas, estudias códigos… hasta que, agotada, te sientas y deslizas la mano al bolsillo.
Ahí está. La llave siempre estuvo contigo.
Así es la plenitud. No está en el futuro, no la concede nadie, no se gana con esfuerzo. Es tuya, porque fuiste creada completa. Pero la mente, como un niño distraído con un juego de sombras, insiste en buscar afuera lo que nunca se perdió dentro.
Nos enseñaron a pensar que la plenitud se alcanza con esfuerzo, que necesitamos ser mejores, más exitosas, más espirituales, más “algo” para merecer la paz. Pero Un Curso de Milagros lo dice con claridad: “No hay nada que buscar. Solo hay que recordar.”
Recordar que eres luz. Que no tienes que volverte digna de amor porque fuiste creada desde él. Que la paz no es algo que obtienes, sino algo que eres cuando dejas de bloquearla.
Pero la mente tiene una trampa: el cuando. “Seré plena cuando tenga pareja. Cuando gane más dinero. Cuando me sane. Cuando me reconozcan.” Y ese cuando nunca llega, porque la plenitud no está en el tiempo. Es un estado que eliges ahora o lo pospones indefinidamente.
No hay circunstancia externa que pueda darte lo que ya vive en ti. Puedes cambiar de trabajo, de país, de pareja, de hábitos, y si sigues buscando afuera, seguirás sintiéndote incompleta. Porque la plenitud no es algo que el mundo pueda darte. No se encuentra en objetos, en relaciones, en títulos ni en posesiones. Se experimenta cuando dejas de buscar y comienzas a habitar el presente.
Mira a un niño pequeño. No necesita logros ni validaciones para sentirse en paz. No se preocupa por su valía, no se pregunta si es suficiente. Simplemente es. Juega, explora, ríe, se maravilla con lo que hay. Su estado natural es la alegría, porque aún no ha aprendido a dudar de sí mismo.
Tú también fuiste así. Y aún lo eres, debajo de todas esas capas de creencias que te hicieron pensar que necesitas algo más para ser feliz.
Haz la prueba: cierra los ojos. Suelta la búsqueda. Respira. Siente el latido de tu corazón, el aire en tus pulmones, la vida fluyendo en ti. No falta nada. No hay vacío que llenar. No necesitas ser más, hacer más o demostrar más. La plenitud no es un destino lejano; es tu estado natural cuando dejas de olvidar quién eres.
Hoy, en este instante, permítete recordar. La llave en tu bolsillo abrirá una puerta que nunca estuvo cerrada. Y cuando cruces el umbral, no descubrirás algo nuevo… solo reconocerás lo que siempre ha estado ahí.
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