Ir al contenido principal

EL PODER DE VOLVER A CASA: CÓMO SER TU MISMA

(4 min. de lectura)

Hay algo profundamente sagrado en una persona que se atreve a volver a casa… no a una casa de ladrillos y tejado, sino a esa casa interior donde habita su verdad. Donde el alma respira, donde la dignidad no necesita defenderse, donde el amor no se gana, sino que simplemente es. Desde mi mirada como terapeuta, y también desde la profunda comprensión espiritual he llegado a ver que todo sufrimiento humano nace del mismo lugar: el olvido de quiénes somos.

La herida no es tu culpa, pero la sanación sí es tu responsabilidad

Como solía decir Virginia Satir, no nacemos rotos. Nacemos completos, con una belleza única que brilla sin esfuerzo. Pero desde muy pequeños, aprendemos a adaptarnos, a complacer, a sobrevivir. Nos alejamos de nuestro ser auténtico para encajar en moldes que no nos pertenecen: la hija perfecta, la madre abnegada, el profesional incansable, la mujer fuerte que nunca se quiebra.

En esos papeles, a veces nos perdemos. Aprendemos a medir nuestro valor por cuánto logramos, cuánto damos, cuántas veces decimos "sí" cuando por dentro queríamos gritar un "no".

Pero la verdad es esta: tú eres suficiente. Siempre lo has sido. E incluso cuando te has perdido de ti mismo, hay una chispa en tu interior que recuerda. Y esa chispa —que Un Curso de Milagros llama el Espíritu Santo, y que yo llamo el Ser Esencial— no se apaga nunca.

No somos lo que el mundo nos enseñó a creer. No somos cuerpos, ni historias, ni errores del pasado. Somos amor. Somos hijos de Dios. Somos expresión pura del Espíritu.

Virginia Satir lo decía de otra manera: “Yo soy yo. En todo el mundo no hay nadie exactamente como yo. Hay personas que tienen partes de mí, pero nadie es exactamente como yo. Por todo lo que soy, yo soy un milagro”.

Cuando dejamos de pelear con nosotros mismos, cuando nos rendimos ante esta verdad interior y permitimos que nos abrace, algo milagroso sucede: dejamos de necesitar la aprobación externa para sentir que valemos. Porque nos sabemos valiosos.

Sanar no es arreglar lo que está roto, es liberar lo que fue reprimido

Durante años, vi a personas llorar en mis consultas por no sentirse suficientes. Por no haber sido vistas. Por llevar décadas con máscaras que ya pesaban más que el alma misma. Y mi mensaje siempre fue este: no necesitas convertirte en nadie. Solo necesitas recordar quién eres.

“Eres digno por el simple hecho de existir. No tienes que hacer nada para merecer amor.”

La sanación, entonces, no se trata de cambiar. Se trata de liberarte de las capas que se acumularon encima de tu verdad. Se trata de mirar de frente tus miedos, tus defensas, tus viejas creencias… y abrazarlas con la misma ternura con la que abrazarías a un niño herido.

Nuestras dinámicas familiares forman los patrones que luego repetimos sin darnos cuenta. Aprendimos a no molestar, a no pedir ayuda, a no brillar demasiado, a no llorar en voz alta.

Y a su vez hay una visión aún más amplia: tus padres, tus hijos, tu pareja… son espejos que vienen a recordarte las partes de ti que aún necesitan amor. No están ahí para hacerte sufrir, sino para ayudarte a sanar. Porque todo lo que no se ama, se repite. Tu sistema familiar no te define, pero sí te ofrece una puerta para liberarte

Y cuando cambias tu percepción —como nos invita el Curso— dejas de ver enemigos y comienzas a ver maestros. Dejas de pedir que cambien los demás y empiezas a mirar hacia dentro, con honestidad, con ternura, con coraje.

La coherencia es tu camino hacia el milagro es ese estado en el que lo que pienso, siento y hago están en armonía. Donde no hay máscaras ni contradicciones. Solo presencia.

Un Curso de Milagros lo llama alinearse con el Espíritu Santo, dejar que sea Él quien nos guíe, no el ego que siempre quiere tener razón. Y cuando nos rendimos a esa guía interna, cuando permitimos que el amor tome las riendas, nuestra vida deja de ser una lucha… y se convierte en una danza.

Una danza que no sigue coreografías ajenas, sino el ritmo sagrado de tu alma.

Volver a casa no es un destino, es una elección cotidiana

Cada día tienes la oportunidad de elegir de nuevo. De mirar tu vida no con juicio, sino con comprensión. De tratarte con compasión en lugar de crítica. De soltar la necesidad de demostrar, y simplemente permitirte ser.

No tienes que tener todas las respuestas. No tienes que haber sanado todo. Solo tienes que dar un paso. Luego otro. Y confiar en que el amor hará el resto.

Porque la verdad es esta, querida alma:
No estás rota. No estás sola. No estás perdida.
Solo estás volviendo a casa.
Y cada paso que das con el corazón, es un milagro en acción.

Que cuando te digas “yo soy suficiente”, no sea un suspiro resignado…
sino un rugido sagrado que le recuerde al mundo quién eres.

Estamos conectadas, te espero en el siguiente milagro.

Sonia Mohedano                  

CURSO VIVE "Tu milagro en acción"                                                                 

Imagen :Drew Collins

Comentarios

Entradas populares de este blog

LA PAZ LA LLEVAS CONTIGO

 No busques la plenitud, ya eres plenitud Nos pasamos la vida buscando algo que nos haga sentir completas. Creemos que la paz llegará cuando logremos eso—esa relación, ese reconocimiento, ese éxito, esa sanación. Pero, ¿y si te dijera que no hay nada que alcanzar porque ya eres todo lo que buscas? La plenitud no es un premio que se obtiene al final del camino, sino un estado que siempre ha estado dentro de ti, esperando a ser recordado. Imagina que pasas la vida buscando la llave de un tesoro. Escarbas en relaciones, en logros, en la aprobación ajena. Recorres el mundo, abres mapas, estudias códigos… hasta que, agotada, te sientas y deslizas la mano al bolsillo. Ahí está. La llave siempre estuvo contigo . Así es la plenitud. No está en el futuro, no la concede nadie, no se gana con esfuerzo. Es tuya, porque fuiste creada completa. Pero la mente, como un niño distraído con un juego de sombras, insiste en buscar afuera lo que nunca se perdió dentro. Nos enseñaron a pensar que la plen...

SOLTAR EL RENCOR: EL GRAN REGALO DE LA LIGEREZA

  Hay algo que pesa sin ser visible. Algo que cargamos en la espalda como si lleváramos una mochila llena de piedras, pero sin darnos cuenta de que nosotros mismos la hemos llenado. Cada piedra es un recuerdo no perdonado, un “no debería haber pasado”, un “no debió hacerme esto”, un “no puedo olvidarlo”. Esa mochila se llama rencor. Y lo más curioso es que creemos que la llevamos para protegernos, para que no vuelva a suceder, para no olvidar lo que nos dolió. Pero lo que realmente hace es robarnos fuerza, alegría y claridad. Cada vez que sostenemos un rencor, no solo lo hacemos hacia otro, sino hacia nosotros mismos. El rencor es un ataque que creemos que va dirigido hacia fuera, pero que en realidad nos mantiene encerrados en una prisión de pensamientos oscuros. Cada vez que recordamos esa herida, la abrimos de nuevo. La repasamos como quien pasa el dedo por una cicatriz para asegurarse de que sigue ahí. Y, efectivamente, sigue. Pero... ¿qué pasaría si hoy nos diéramos permiso ...