Hay algo que pesa sin ser visible.
Algo que cargamos en la espalda como si lleváramos una mochila llena de piedras, pero sin darnos cuenta de que nosotros mismos la hemos llenado.
Cada piedra es un recuerdo no perdonado, un “no debería haber pasado”, un “no debió hacerme esto”, un “no puedo olvidarlo”.
Esa mochila se llama rencor. Y lo más curioso es que creemos que la llevamos para protegernos, para que no vuelva a suceder, para no olvidar lo que nos dolió.
Pero lo que realmente hace es robarnos fuerza, alegría y claridad.
Cada vez que sostenemos un rencor, no solo lo hacemos hacia otro, sino hacia nosotros mismos.
El rencor es un ataque que creemos que va dirigido hacia fuera, pero que en realidad nos mantiene encerrados en una prisión de pensamientos oscuros.
Cada vez que recordamos esa herida, la abrimos de nuevo.
La repasamos como quien pasa el dedo por una cicatriz para asegurarse de que sigue ahí.
Y, efectivamente, sigue.
Pero... ¿qué pasaría si hoy nos diéramos permiso para soltar una sola piedra de esa mochila? Una pequeñita. La más liviana. Solo una. ¿Notas el alivio?
El corazón respira más amplio, y la mente empieza a ver que quizá no necesitamos tantas cargas para estar seguros.
Un Curso de Milagros nos invita a mirar todo esto de otra manera.
Nos dice que el rencor es, en el fondo, una petición de ayuda no reconocida.
Un grito silencioso de nuestro niño interior, que dice: “¡Mírame! Me dolió. No entiendo por qué pasó. Ayúdame a entenderlo de otra manera”.
El ego nos dirá: “Si perdonas, pierdes. Si sueltas, te vuelves vulnerable. Si olvidas, te lo harán otra vez”.
Pero el Espíritu nos susurra algo mucho más tierno y liberador: “Si sueltas, te liberas. Si perdonas, sanas. Si miras con amor, descubres que nada real fue dañado, y que lo que eres no puede ser atacado”.
Una vez escuché esta frase y se quedó conmigo:
El rencor es como tomar veneno esperando que el otro muera.
Y qué verdad tan grande.
Porque mientras nosotros nos envenenamos con resentimientos, con reproches, con historias que ya pasaron, la otra persona probablemente ni lo recuerda… o también carga su propia mochila, igual de pesada.
No negamos lo que sentimos. No nos pide que nos forcemos a perdonar de un día para otro. Nos pide algo mucho más suave y amable: Que estemos dispuestos. Solo dispuestos.
Dispuestos a verlo de otra manera. Dispuestos a pedir ayuda para soltar ese peso.
Dispuestos a entregar nuestra herida a una fuerza amorosa que sabe cómo curar lo que nosotros no sabemos.
A veces, cuando sostienes rencor, parece que si lo sueltas, la historia pierde importancia.
Pero lo cierto es que, cuando lo sueltas, quien recupera la importancia eres tú.
El foco vuelve a tu paz, a tu bienestar, a tu alegría.
¿Te has dado cuenta alguna vez de que cuando guardas rencor, lo revives una y otra vez?
Cada vez que piensas en ello, el corazón se aprieta, el estómago se encoge y la mente se llena de argumentos.
Es como ver la misma película de terror cada noche y preguntarte por qué no duermes bien.
En cambio, cuando decides soltarlo, cuando decides mirar con ojos más suaves, empiezas a escribir una nueva historia.
Una historia en la que tú eres protagonista, sí… pero no la víctima, sino el creador.
El creador de paz. El tejedor de alivio. El alquimista que convierte el veneno en medicina.
El perdón, en Un Curso de Milagros, no es algo que “haces”.
Es algo que permites.
Es un cambio de percepción que ocurre cuando pides ayuda y estás dispuesto a ver las cosas a través de los ojos del Amor.
El perdón es un regalo que te das a ti mismo.
Yo suelo imaginarlo como cuando abres una ventana en una habitación cerrada.
El aire estaba viciado, la atmósfera pesada, y de repente, entra aire fresco.
No tienes que entender cómo entra, ni de dónde viene el viento. Solo abres la ventana.
Y el aire nuevo llega. Así es el perdón.
Si hoy hay en tu corazón un rencor que aún pesa, te invito a probar este pequeño ritual:
Busca un momento tranquilo. Cierra los ojos. Siente esa herida.
No huyas de ella.
Abrázala.
Y dile, con ternura:
"No sé cómo soltar esto. No sé cómo verlo de otra manera. Pero estoy dispuesta a recibir ayuda. Te entrego este rencor, este peso, esta piedra que ya no quiero cargar. Enséñame a ver con ojos nuevos. Lléname de paz."
Y luego, suelta un suspiro largo.
Ese suspiro es una entrega.
Y si lo haces cada día, aunque parezca que no pasa nada… algo dentro se irá aflojando.
Las piedras caerán, poco a poco, sin que tengas que entender el proceso.
El milagro es precisamente eso:
Un cambio de percepción.
Un cambio de mirada, de una mirada de ataque a una mirada de paz.
A veces, el rencor más difícil de soltar no es hacia otros, sino hacia nosotros mismos.
Nos recriminamos decisiones, errores, palabras dichas o no dichas.
Nos castigamos en silencio por cosas del pasado.
Pero ese también es un rencor que duele.
Y ese también merece ser entregado, abrazado, perdonado.
El amor no nos pide perfección. Nos pide honestidad y apertura.
El amor no nos juzga por haber sentido rencor.
Nos ofrece una mano suave para soltarlo.
Recuerda:
No hay piedra tan pesada que no pueda soltarse.
No hay historia tan dolorosa que no pueda transformarse.
No hay sombra que la luz no pueda abrazar.
Si hoy sueltas aunque sea una piedrecita de esa mochila… ya has dado un paso hacia el milagro.
El milagro de volver a caminar liviana.
El milagro de abrir el pecho y respirar paz.
El milagro de recordarte que eres amor, y que el amor no guarda cuentas pendientes.
Cierra los ojos un momento ahora, si puedes…
Piensa en esa piedra que ya no quieres más.
Y permítete, con un suspiro, soltarla.
El milagro empieza ahí.
Yo estoy aquí, acompañándote en ese camino, recordándote suavemente que no tienes que hacerlo sola.
El cielo siempre está dispuesto a ayudarte a vaciar tu mochila y a enseñarte a volar.
Te ayudo a liberarte del rencor pregúntame ¿Cómo?
Post de SONIA MOHEDANO Imagen de: Andrew Bui
Comentarios
Publicar un comentario